En los años
setenta, momento histórico de lo más particular, marcado por la bipolaridad
establecida por la Guerra Fría ,
esta parte del mundo a la que llamamos Latinoamérica estuvo marcada por un
clima también bipartito, con amenazas guerrilleras y movimientos emergentes de
izquierda que amenazaban con extender lo hecho por Cuba al resto del
continente. En contraposición, y con la ideología estadounidense al mando, el
método que encontraron los defensores del liberalismo y de la derecha en
general fueron los denominados golpes de Estado, esto es el derrocamiento del
presidente democrático de turno para su posterior reemplazo por algún líder
militar despótico. El saldo: dictaduras, terror, persecuciones, muerte,
tortura, desaparecidos.
En 1973 fue el turno
de Chile. Con la figura de Augusto Pinochet a la cabeza, las fuerzas armadas
del país trasandino derrocaron al presidente Salvador Allende para dar comienzo
al capítulo más negro y cubierto de sangre que la historia de ese país ha
producido. No es mi intención entrar en detalles sobre los horrores perpetrados
por este gobierno de facto porque justamente tampoco es ese el propósito de la
película.
En 1988, tras
quince años de dictadura militar, el mundo ya no era el mismo que el de
principios de los setenta. La
URSS vivía sus últimos días bajo esa denominación y la
realidad bipolar que venía imperando ya era cosa del pasado. Así, en este
contexto conciliador y de paz mundial, Pinochet se dio cuenta de que su
Gobierno necesitaba algún tipo de respaldo y legitimidad democrática, sobre
todo de cara a las naciones extranjeras. Por este motivo, en este particular
año de la década del ochenta tuvo lugar un plebiscito o referéndum que
básicamente se define como una consulta popular a través del voto. La cosa era
sencilla. Lo que el pueblo chileno debía votar era por el sí o por el no. Votar
que sí significaba la continuidad de Pinochet en el poder, esta vez legitimada
por el voto popular, y queda claro que votar por el no significaba el llamado
inmediato a elecciones para elegir al sucesor de Pinocho, como se lo conocía.
No, como su título deja
entrever, cuenta la historia de René Saavedra, un publicista chileno que, para
1988, ya estaba de vuelta en su país luego de pasar unos cuantos años exiliado,
al igual que muchos otros que también tuvieron que dejar el país por el solo
motivo de no apoyar el régimen dictatorial. De la mano de este carismático
joven y de su campaña publicitaria llamada “NO”, recorreremos en profundidad
los 27 días que duró la campaña política más importante de la historia de
Chile, donde confluirán innumerables debates sobre el uso y los efectos de la
publicidad como también sobre la incómoda pero esperanzadora situación que un
pueblo debe enfrentar al tener que emitir su voto en tiempos de dictadura.
Excelente trabajo
de Gael García Bernal (Amores Perros,
Babel) que, como lo hiciera en Diarios de Motocicleta, consigue que
olvidemos sus raíces mejicanas y lo confundamos con un chileno más en su papel
de René Saavedra y muy buena película en líneas generales ya que, por lo menos
para mí, logra los dos objetivos que debe plantearse un film histórico:
contarle, cual libro de historia, los hechos ocurridos durante un lapso en
particular a aquel que no sabe nada sobre ellos y, a su vez, revelar ciertos
datos y acontecimientos para generar la intriga y el interés que toda buena
película debe despertar.
Ficha Técnica
Reparto: Gael García Bernal - Alfredo Castro - Antonia Zegers - Luis Gnecco.
Director: Pablo Larraín.
Año: 2012.
Duración: 118 minutos.
Calificación El Guionista: 7.
Películas por catálogo: NO. Mentira, está incluida.
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