Para empezar, es necesario tener claro qué comprende esa uniformidad de criterio a la que me refería anteriormente. Esta básicamente establece que el gobierno militar, con cuatro o cinco figuras emblemáticas a la cabeza, es lo peor que le ha pasado a la Argentina en su historia; que los revolucionarios de la época fueron verdaderos valientes al enfrentarse a un régimen que torturaba y asesinaba personas solo porque su nombre figuraba en la agenda de otro individuo que ya había sido torturado y asesinado previamente por causas similares; que el Mundial 78 ayudó para maquillar una situación de horror y sangre que se venía desarrollando en simultáneo; que no se podía salir a la calle sin experimentar la sensación de que en cualquier momento puede pasar algo que atente contra la vida de cualquiera o que un Falcon verde es motivo de terror y persecución inminente.
Está claro que todas esas
cosas no son más que la cruel y pura verdad de lo que se vivía en esa época y
está mucho más claro aún que todos aquellos (periodistas, figuras públicas y,
tristemente, funcionarios con cargos públicos) que afirman que ya es hora de
dar vuelta la página, de dejar atrás este momento y de olvidar uno de los
períodos más oscuros de nuestra historia están terriblemente equivocados.
Afortunadamente, el cine es uno de los ámbitos que cree que la memoria es la
mejor manera de evitar que cosas por el estilo se repitan pero, al plantearse
este ejercicio, no puede dejar de lado sus propias reglas como medio de
expresión que, como antes mencionaba, a esta altura le exigen contar esta
historia por todos conocida pero de otra manera. ¿El resultado? Infancia Clandestina.
La película cuenta la historia
de un grupo de militantes cuyas ideologías entrecruzan vertientes como el
socialismo, el comunismo versión Che Guevara, el peronismo que venía de perder
a su emblemático líder hacía pocos años y demás movimientos por el estilo.
Todos coincidentes en una cosa: es su deber enfrentar al Gobierno Militar y
ponerle fin a la ola de atrocidades que está perpetrando. Pero esta historia no
la veremos desde el punto de vista de Beto (Ernesto Alterio), uno de los integrantes
de este grupo, tampoco desde los ojos de su hermano Horacio (César Troncoso) y
ni siquiera desde la perspectiva femenina que Cristina (Natalia Oreiro), la
esposa de este último, puede aportar. No. La historia nos la va a contar Juan (Teo Gutiérrez Romero), el hijo de Cristina y Horacio.
Juan no cuenta más de once o
doce años de edad. Nació en la Argentina pero desde muy chico se vio obligado,
junto a su familia, a abandonar el país así como tantos otros que se oponían al
régimen imperante debieron hacer. Ahora, es momento de regresar a su patria y
enfrentar una situación imposible de ignorar. En apenas unos días, Juan se
convierte en Ernesto Estrada, según lo establece su nuevo falso documento, empieza
a asistir a una nueva escuela y se reúne con familiares que apenas conoce. Todo
mientras sus padres enfrentan, desde la clandestinidad, a un enemigo mucho más
grande que ellos y que amenaza con destruir sus vidas a cada momento.
Eso es lo valorable de esta
película. Que logra transmitir el mismo mensaje que todos defendemos pero desde
otra perspectiva, la de un inocente nene de primaria que es testigo presencial
del momento que vive el país, que tiene perfectamente claro que lo que sus
padres, su tío y todos sus allegados están haciendo es lo correcto y lo más
importante. Pero que, a pesar de todo, se animará a defender algo que él
considera todavía más importante que la lucha por la libertad: el amor. El amor
más puro que existe, como el que un chico de once años puede encontrar en una
de sus compañeras de colegio.
Ficha Técnica
Reparto: Natalia Oreiro - Ernesto Alterio - César Troncoso - Teo Gutiérrez Romero.
Director: Benjamín Ávila.
Duración: 112 minutos.
Año: 2012.
Calificación El Guionista: 8.
Películas por catálogo: incluida.
Tráiler para Cine
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